lunes, 11 de diciembre de 2017

Volver a ser, acostumbrarse y convencerse.

Hace instantes el marplatense Lucas Sotelo acertó el quinto envío de Unión. Ajustó su remate a la izquierda, al tiempo que Federico Van der tuin se la jugó hacia su derecha. Los jugadores del vencedor comienzan a apiñarse y a desatar su festejo sobre el sector visitante del Parque de las Tres Avenidas. Los del Aceitero no encuentran consuelo. La mirada nublada, fija en el suelo o en algún punto del horizonte. Con lo que les resta de energías, y masticando la bronca, alzan los brazos agradeciendo a sus parciales. El tributo no sabe de demoras. Reciben el cálido cobijo de las palmas rojas de todo un pueblo que les retribuye el esfuerzo y la ilusión compartida. Allí, los de siempre, los que surcan las rutas cada domingo sin más motivos que acompañar una divisa y dos colores. Más allá, otros. Caras que hacía tiempo no se veían en el cemento de los estadios y que entendieron que allí debían estar. El reconocimiento, más allá de la habitual muestra de afecto de cualquier hinchada, contiene intrínsecamente el dolor de quiénes luego de un largo tiempo sintieron la pertenencia de volver a ser.


Atlético por segundo año consecutivo sumó más del cincuenta por ciento de los puntos en juego en la adición de Apertura, Clausura y cruces eliminatorios. A simple vista, parece un dato estadístico más. No lo es. Sumar más del cincuenta por ciento de las unidades en juego significa, de mínima, pelear en la parte alta de la tabla y de cualquier torneo. Pelear en la parte alta es ser competitivo, ser protagonista. Y el Verde, por los motivos que fueren, no estaba habituado a serlo en la última década y fracción.

Desde el año 2000, y hecha la salvedad de 2002 (¡pavada de salvedad!), que el representativo de Huanguelén no encadenaba dos temporadas consecutivas de estas características (incluso la de este año es la mayor eficacia de aquel título a nuestros días). Y así como hay entrenadores que malogran planteles y planteles que malogran entrenadores, una campaña así no se alcanza sin la comunión entre las partes y el aporte proporcional de las mismas. Allí reside el mérito de la gestión de Javier Martínez, quien –tempraneramente- renovó por un año más. Atlético, probablemente, cuente con el mejor material a disposición de la última década y media. Un plantel que combina experiencia y juventud, y que luego de un tiempo supo zanjear la ausencia de una generación intermedia. Apuntalados por los históricos, los más jóvenes ya tienen un extenso recorrido. Las promesas se han confirmado y han trocado en realidades. La renovación (que debió plasmarse con antelación) y la continuidad han revitalizado al Aceitero. Productos genuinos de la cantera salen a la cancha cada domingo, basta con repasar los nombres para encontrar una base conformada por los campeones de Quinta División de 2009 y 2011 y los de Séptima de 2010.

Por segundo año consecutivo, Atlético también accedió a Semifinales. Lo había logrado, con Pablo Gustavo Piro como entrenador, en 2004 y 2005. Este equipo las alcanzó en el Apertura 2016 y en los cruces del Clausura 2017 aunque, por el intrincado formato actual (la definición anual entonces era entre dos finalistas y este año lo es entre cuatro conjuntos) y sin hacer una valoración de los logros, es menester aclarar que en el presente curso de sortear tal pantalla existía un peldaño adicional en el camino a la gloria.

Desde que se instauró el formato contemporáneo (con las diferentes variantes y la siempre clasificación masiva de equipos a los playoff) en 2016 Atlético logró por primera vez alcanzar un cruce con localía y ventaja deportiva, avanzar de fase, ganar un encuentro eliminatorio y disputar una Semifinal (todo en el primer torneo del año). En 2017, también por primera vez, logró sortear fases en los dos torneos del año: Cuartos de final de cruces en el Apertura y Semifinales de cruces en el Clausura.

El equipo, es cierto, sufrió una metamorfosis de un año al otro. Aquel (hasta que se quedó sin resto en el final de la temporada) se caracterizó por su regularidad e incluso fue el que menos derrotas sufrió y el de menor promedio de goles recibidos desde el título de 2002. Aquel era un conjunto paciente, que se defendía con la pelota (monopolizando la posesión) y que atacaba con la pelota (producto de pequeñas sociedades o de progresiones asociadas). La “entretenía” en terreno propio para explorar variantes ofensivas y forzar espacios o bien, con un resultado favorable, para dormir el partido. No resulta casual, a la distancia, en el pantallazo comparativo y al analizar dichas características, que entonces Gustavo Cascallares y Marcos Previsdomini disputaran casi la totalidad de los encuentros del año (como no ocurrió en el presente): ese “toqueteo” entre ambos con el “5” yendo a buscar al hábitat de los centrales fue la piedra basal de inicio y reinicio de las jugadas del Verde.

Este, el de 2017 y tras sortear una muy floja primera rueda del Apertura, se caracterizó –sin desestimar el juego asociado- por ataques más directos, al espacio. Esto no significó, necesariamente, la apuesta a la segunda pelota. Atlético tuvo menos pausa y posesión, pero mayor vértigo y verticalidad. Se sintió cómodo, y lo hizo también cuando no, en la búsqueda desde lanzamientos direccionados a sus hombres de avanzada con terreno a recorrer y al rompimiento de líneas de los elementos periféricos como Allen, Stamm o Juan Cruz Balvidares (la mayor confirmación del año; uno de los mejores laterales diestros, cuanto menos, o el mejor, cuanto más, de la Liga).

Como consecuencia de ese “golpe por golpe” el Aceitero, hasta alcanzar una regularidad en el cierre de la temporada, fue un equipo de contrastes. Ergo y salvo contadas excepciones, los triunfos (quince) fueron hijos de las mejores producciones colectivas y las derrotas (diez, aunque sólo una por una diferencia mayor a un gol: el 2-5 ante Empleados de Comercio, en Guaminí), generalmente cuando lo llevaron al terreno del roce, del partido “sucio”, fueron producto de los desempeños más deficientes aunque no signifique necesariamente que fuera superado en el trámite.

De todos modos, mal no le fue en ese plan. Esta versión de Atlético alcanzó el mejor promedio de gol (65 tantos en 31 partidos) del último medio siglo en torneos largos (obtuvo una marca similar en la Primera División “B” de 1995, aunque en un campeonato de sólo ocho fechas). Sí, ¡el equipo más goleador de los últimos cincuenta años!


La lectura lógica apuntaría a los delanteros. Ramiro Palacio y Santiago Balvidares, que también sufrieron aquella primera rueda en carne propia, se asentaron como dupla ofensiva superada la misma y aunaron desde entonces rendimiento, entendimiento y efectividad. Ambos desarrollaron su temporada más productiva con la verde y blanca: 23 goles y 14 asistencias aportó el “9”, 11 goles y 12 asistencias el “10”.

Pero también Guevara, Juan Cruz Balvidares, Allen y Stamm firmaron su temporada con más goles en Primera División, Diego Varela –que solo había disputado un par de partidos en 2012- convirtió sus primeros dos tantos en la máxima categoría y Francisco Pitano, primera opción de recambio en ofensiva, volvió al gol tras casi un año y medio de sequía y exprimió al máximo sus minutos aportando siete festejos.

¿Más datos que afirman la vocación ofensiva? Las goleadas 6-1 vs. El Progreso y Automoto de Tornquist califican entre los veinte resultados más abultados del Aceitero del último medio siglo. Y a Atlético le fueron sancionados doce penales a favor, un récord histórico en la Liga, lo que engloba dos verdades incontrastables: la asiduidad con la que pisa el área rival y la inconsistencia de las teorías conspirativas que vociferan quiénes siempre se victimizan.

Como ya quedó expresado el andar de Atlético en el Apertura fue ciclotímico: coincidentemente con la cantidad de partidos jugados como local (se hizo fuerte en casa) y como visitante, tuvo una floja primera rueda y una buena segunda, donde llegó a encadenar cinco triunfos consecutivos (todos en Huanguelén). Sin embargo hipotecó sus chances de clasificar con ventaja deportiva en aquel fatídico minuto 94 en Santa Trinidad cuando, tras ir ganando 2-0, cayó 2-3 con San Martín por el agónico gol de Diego Cuello.

De todos modos, en la primera pantalla de los cruces, regaló una actuación digna del recuerdo y firmó uno de los triunfos más importantes de su historia cuando desde un contundente 4-0 eliminó a San Martín de Carhué (hoy semifinalista de la temporada en su condición de ganador de Zonas del Clausura), a quien derrotó luego de ocho años y quince partidos y por primera vez en la historia le convirtió cuatro goles en calidad de visitante.

En la segunda pantalla, en Cuartos, se mancó a manos de un Automoto que contó con un intratable Carlos Henneberg y que lo derrotó con un gol de Mariano Egler en el minuto 88 tras un despeje corto de Varela y un error de cálculo de Federico Van der tuin.


La fase regular del Clausura la transitó a pura contundencia y protagonizó un mano a mano por el primer puesto de la Zona “C” con Unión de Tornquist, a quien derrotó en una remontada agónica en la primera fecha como visitante, en un triunfo que el tiempo situará en su justa dimensión. Luego el conjunto serrano se despegó al ganar los restantes siete partidos (incluida la revancha en Huanguelén), mientras el Aceitero también perdió en su visita a Automoto en lo que fue la más floja producción del segundo torneo.

Ya sin Marcos Previsdomini (sin la continuidad del año pasado, pero tan determinante como entonces), quien se alejó por motivos estrictamente personales, careció de juego central en los cruces y dependió en demasía de los arrestos individuales de Santiago y Ramiro. Allí emergieron la solvencia de Cascallares (cerró el año en gran nivel), la inclaudicable entrega de Tesei (otro de los destacados de la temporada) y las manos salvadoras del especialista Federico Van der tuin en las recurrentes definiciones por penales.

Pudo perder o ganar contra Boca en el “menos Boca-Atlético” de los últimos años, un partido de defensas abiertas, de varias llegadas en cada arco y de lapsos alternados de dominio. Evidenció las mismas deficiencias y las mismas fortalezas que este domingo el anterior ante Deportivo, aunque con el plus emocional de quitarse el karma de tanta derrota ante el Verdirrojo. En ambas ocasiones, el “1” tapó dos remates en la tanda de penales y propició el avance de llave.

Por la misma vía se despidió ayer ante un Unión que califica como uno de los mejores equipos del torneo. Que siempre le resultó un duro escollo y un rival con el que, en el global de los tres enfrentamientos del año, no se sacaron ventajas.

Aunque las imágenes, inherentes a la eliminación misma, de la tardecita suarense marcaron la contracara Atlético se despidió de pie, con el pecho henchido y la cabeza en alto. Dio la talla. Volvió a ser protagonista. Se acostumbró a ser protagonista. Y, tan importante como es el factor psicológico, se convenció de ser protagonista.

Para los actores principales es el tiempo del merecido descanso tras una temporada extenuante. De sanar las heridas. De pensar. De corregir las falencias. De reafirmar las virtudes. De confirmar los intérpretes, de mantener la base. De plantearse nuevos y superadores objetivos.


Para los otros, los que acompañan domingo a domingo, los que desandan kilómetros y permítaseme –ahora sí- la primera persona del plural, es tiempo de expresarles nuestra gratitud. Discúlpennos, nos subieron la vara, nos “mal acostumbraron” a sentirnos protagonistas y, como siempre sucede en estos casos, nos pusimos más exigentes. Ya esperamos con ansias, más que nunca desde que nos convencimos de su convencimiento, el 2018. Los esperamos.

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